Imaginaos a un pipiolo de 17 añitos, así, heavy y tal. Va
por la calle con sus amigos, todos uniformados de negro + grupo heavy en el
pecho. Pasa un cani y la conversación es inevitable:
-
Mira el cani ese de mierda, con el chándal y los
oros
¿Creías que es porque es un cani? ¡Te equivocabas!
-
Mira el pijo ese de mierda, con el polito y sus
mariconadas.
Eso sí, si alguien le dice que es un impresentable
vestido íntegramente de negro, suelta esa maravilla de frase:
“Es que no respetas mi forma de vestir”.
¿Qué la apariencia no importa, dices? Amigo, tengo
alguien que quiere decirte algo…
Quizás alguno piense “hombre Enrique, eres un poco
exagerado con el ejemplo que has puesto”. Más quisiera. Es un ejemplo tan real
como que no solo lo he presenciado, sino que he llegado a protagonizarlo. Es lo
bueno de este ejemplo, que no podéis decirme que eso no sucede porque sé que sí
:P
En efecto, la apariencia es importante. ¿Hasta qué punto?
Bueno, eso ya depende de muchos factores.
La apariencia sí dice cosas de la gente. O al menos cómo
son, probablemente. Si vemos a ese “pijo” con su polito, seguramente le gustan
los polos. A lo mejor no, a lo mejor solo le gusta ese y el resto le parece
roña. Quién sabe. Pero si dijéramos que le gustan, no es una afirmación
descabellada.
Si me preguntáis mi opinión (que si no la queréis saber,
no sé qué hacéis aún aquí), la apariencia es, en cierto sentido, un reflejo de
lo que somos, no de nuestros gustos. Muchos sabéis de qué pie cojeo ya, pero
quien no me conoce se sorprende de que yo sea friki o me guste un estilo de
música llamado trancecore. Porque no me pega.
Creo que hay afinidades entre las personas más allá de
los gustos. No tengo aspecto de friki porque no me llevo bien con el estereotipo
de friki. Tampoco es que me lleve mal, es solo que para mí una afición se queda
en afición, mientras que para el estereotipo de friki, esa afición es
prácticamente su vida. Yo no caso bien con ellos como ellos no casan bien
conmigo, simplemente.
Es complicado evitar los prejuicios sobre la gente.
¿Quién no ha pensado “este es gilipollas” nada más ver a alguien y luego se ha
sorprendido al descubrir que es una persona maravillosa? También vale en el
sentido opuesto: crees que alguien es buena persona y llega un momento en que
no quieres ni verle la cara.
Vamos ahora a otro lado del asunto. Si bien he hablado
desde “dentro” del heavy, voy a hablar también desde fuera. Yo hace pocos meses
tenía el pelo largo, bien lo sabéis casi todos los que estáis leyendo esto
ahora.
No voy a ahondar en el cómo lo sé, ni importa si no me
creéis. Pero lo cierto es que cuando tenía el pelo largo, aunque no creaba
rechazo como tal, era un rasgo que a la gente le impedía ser totalmente abierta
conmigo. He notado una significativa mejora en las relaciones sociales desde
que tengo el pelo corto. Al que no le molestaba realmente sigue sin molestarle
que lo tenga corto. Pero a quien le chocaba, ahora no le choca. Y sí, amigos, hay
gente a la que le choca el pelo largo, por mucho que nos pese.
Por mucho que nos pese. ¿Nos debería importar la
apariencia o gustos de los demás? En la mayoría de vuestras lindas cabezas, un
pop-up habrá emergido diciendo “¡claro que no!”. Ciertamente, si “aspecto” y “gustos”
son dos variables aleatorias, lo cierto es que son independientes entre sí y
con respecto a la variable “cómo es esa persona”.
Pero no lo vemos. Ni los heavys, ni los pijos ni los
canis ni ninguna raza social. Para empezar, porque estoy diciendo que no hay
razas sociales completas. Que alguien puede vestir pijo y gustarle el heavy.
En fin, queridos. ¿Qué os voy a decir yo? Cada uno es
libre de hacer lo que quiera y juzgar a los demás como quiera. Eso sí, si al
final no os aguanta nadie por ello, no vengáis a mí a llorarme. Aunque bueno,
aquí no viene casi nadie ni a leerme, vais a venir a llorarme. Ni pa’ eso.
Bi japy.
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