Y allí estaba, como la recordaba, pero en otro momento del
espacio y el tiempo. En el país de la Tortuga hacen reformas, como en cualquier
otro sitio. Pero su característico cartel sigue en pie, dándote la bienvenida
con su frase “todo tiene su lado bueno”.
Y como siempre que voy a visitarlo, hay alguien que me
espera con los brazos abiertos. En fin, es fácil cogerle cariño a una tortuga
si te abraza cada vez que la ves.
Esta vez, la Tortuga tenía menesteres varios que atender.
Así que volví a recorrer el país de las Formas sin formas, de arriba abajo. No,
no fui a sitios importantes. Esos sitios basta con verlos una vez.
Así que fui a conocer a la gente. Y vaya gente. Gente buena,
me refiero. No penséis que son como hablan de ellos.
Por ahí dicen que las Formas sin formas quieren irse. Y que
no te van a dar la bienvenida si eres de fuera. Pero uno es tan de fuera como
quiera serlo. Y ellos son tan de ellos como quieran serlo. Lo bueno es que, al
menos los que conocí, no querían ser de ellos ni que yo fuera de fuera.
¡Ah, cómo olvidarlo! Conocí a un rey. Bueno, a su copa para
ser más concretos. Pero hay que respetar unas normas de
comportamiento al respecto. Si no, te condenan a lo que llaman “acting
stupidly”. No sé qué es, el recuerdo es algo borroso al respecto.
Conocí, como digo, otra parte del país de las Formas sin
formas. Conocí a su gente, gente maravillosa y sitios que no habría descubierto
si no era por visitar al errante país de la Tortuga. Y qué buena visita. En
todos los sentidos.
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