viernes, 5 de abril de 2013

La metáfora del destino

El destino no existe. No hay un ser por ahí que encarne tal figura. Igual que la muerte no es un saco de huesos con guadaña y capa negra (aunque sé que alguien tendrá algo que decir al respecto).

Sin embargo, a pesar de no existir, está ahí. Y es elegante, muy elegante. No solo eso, es una… “entidad” a la que le gusta hablar. Más que gustarle, es lo que hace. Lo ha hecho siempre y lo hará siempre.



Su rostro, si tiene, no tiene expresión. No disfruta ni sufre con sus conversaciones. Porque su forma de hablar no es la usual.

Cada cierto tiempo viene a cada uno de nosotros. Como un profesor que les hace exámenes a sus alumnos. Solo que este profesor sin rostro, inexpresivo, se diferencia de los demás en un pequeño detalle: aquí no puedes copiar.

Puedes haber estado durante mucho tiempo haciendo cosas inexcusables. Cosas que escudabas en razones irracionales o directamente mintiéndoles a los demás y a ti mismo.

“Hice esto porque era lo correcto”, “estoy dispuesto a asumir las consecuencias de mis actos” y frases por el estilo son las que el destino escucha repetidamente en todas sus conversaciones. Quizás por eso no muestra sentimientos. Porque ha escuchado la misma canción tantas veces que ni siquiera le asquea. Es parte del ruido de fondo.

Y ahí está, sentado delante de ti. No ha dicho nada, pero sabes de qué te va a hablar. Sin una sola palabra en tu cabeza resuena la frase “estás tirando tu vida a la basura”. E inmediatamente, con la misma vergüenza del perro que se mea dentro de casa, te empiezas a excusar “es que yo creía que eso era lo bueno y lo justo, yo no sabía qué…”.

No te ha dado tiempo a terminar la frase. Tu cabeza está girada hacia la derecha mientras ves que el destino se coloca bien la manga izquierda de su camisa. Esa bofetada indolora te ha traído un poco de vuelta a la realidad. Y por primera vez lo escuchas.

-          A mí no puedes engañarme. Te has engañado a ti y has engañado a mucha gente con tus excusas reiteradas. Pero a mí no. Y el tiempo es el único recurso que no deberías apostar, porque es una apuesta perdida, ganes o pierdas. El dinero se recupera, por eso no vale nada. El tiempo no. Y tengo un amigo de capucha negra esperándote al final de tu camino. Cuando hables con él tú verás qué puedes contarle.

Y así, sin más, se levanta y se va. Lo ves yéndose, perdiéndose en una oscuridad que a su vez se pierde mientras tú vuelves al mundo real. Todo parece igual, la gente parece la misma. Pero si le has escuchado, sabes que algo ha cambiado. Algunos dicen que el mundo se ha movido.

Lo único que es seguro es que has recibido una lección. Te han hecho un examen y has suspendido. Aprobar el próximo está en tus manos, en dejar de mentirte a ti mismo para empezar y a los demás para continuar. No es fácil, al fin y al cabo, llevas mucho tiempo haciéndolo. Pero tampoco te ha dicho que lo fuera. Él solo te ha mostrado otros caminos distintos al que llevas. Andarlos o no, es cosa tuya.

Yo hace tiempo recibí la visita del destino. Me abofeteó, por supuesto que lo hizo. “No aprecias lo que tienes y lo vas a perder”. Esa era mi mentira, la que yo me creí. A día de hoy, meses después de aquella visita, solo espero estar haciendo bien los deberes para que cuando vuelva, si vuelve, nuestro único contacto sean unas palmaditas en la espalda que digan “no me alegro por ti porque no puedo, pero lo haría si pudiera”. 

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